Dio muchas vueltas
por el sur y por el medio oeste, para al fin llegar a Chicago. Participó en
algunas improvisaciones callejeras en San Luis, y de las buenas, de las que
duran hasta las 11 de la mañana en Kansas City. Cuando llegó a Chicago
hacía mucho frío y nevaba. Caminó lo que pudo hasta que se metió en un café, se
gastó las últimas monedas que le quedaban en un desayuno caliente que le dio la
grasa y las calorías para resistir el resto del día en el que estuvo vagando
por la ciudad, buscando algún contacto o alguien que le dijera dónde tocar.
Caminaba lo que el frío le dejaba y se refugiaba en donde podía. En la noche el
frío era insoportable, consiguió que por lavar los baños, le dejaran pasar la
noche en un hotel de mala muerte, pero no pudo dormir, al frío que se negaba a
irse se unieron las chinches y las pulgas.
Empeñó su saxo para
poder vivir, trazó algunos contactos, trabajó en una cosa y otra, pidió algo de
dinero prestado, hasta que recuperó su saxo e hizo algunas audiciones. Pero no
duraba mucho en las orquestas en las que lograba conseguir un lugar, ya que se
desataba en solos que consideraban fuera de sitio, sobre todo si se tenía en
cuenta que ni siquiera era el solista. Así estuvo saltando de orquesta en
orquesta hasta que su nombre fue tachado de todas las listas y no le quedó otra
salida que vender alcohol clandestino y opio para sobrevivir en esa ciudad. Sin
embargo, estaba detrás de cualquier noche de improvisación en la que pudiera
medir su talento y así se ganó el respeto de la mayoría de músicos. Con el
dinero que iba ganando en sus repartos clandestinos, logró armar un combo a su
antojo, con el que de vez en cuando lograba tocar en un bar y con el que grabó
dos canciones de un disco del que salieron pocas copias y tuvo poca aceptación
en la radio. Sin embargo, poco a poco otros músicos emigraron a Nueva York y él
logró empezar a forjarse un espacio en la ciudad, aunque de vez en cuando lo
bajaban del escenario, fue consolidando su carrera más y más.
Parecía que había
llegado el momento de su música, cuando le llegó una carta del ejército en la
que se le requería para enlistarse. Tuvo que dejarlo todo y entrar en la
marina, cambiar su saxo por un fusil. La vida militar, el orden y la
disciplina, le supieron a mierda, pero a fuerza de gritos y castigos, aprendió
a tragársela. Poco a poco fueron opacando su brillo, sus blues se fueron
reservando para los lugares más amargos de su mente, hasta que quedaron
totalmente perdidos para la humanidad aquella mañana en una trinchera en
Italia, en la que una bala de fabricación alemana, atravesó el aire y zumbó
hasta estallar en su mente. En ese entonces Charlie Parker y el Bebop,
el solista contra la orquesta, se alzaban en las noches de Nueva York.
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