domingo, 3 de julio de 2011

7- Hasta el fin del mundo



Su pie se enredó en alguna raíz y se fue de narices al suelo, sintió que la tierra negra absorbía todo su cuerpo, blanda lo recibía y él seguía hundiéndose. Intentó levantarse, pero sabía que ya era imposible, su piel amarilla se confundía con las hojas secas, acarició la tierra y aunque no se parecía en nada, se acordó de la arena blanda de su pueblo de pescadores. Sintió que se iba con las olas, escuchó los gritos de sus amigos, recordó esa tarde en la que se subió a una roca para ver como el mar se tragaba un sol rojo, y un poco hastiado de todo, agarró una piedra y la lanzó lo más lejos que pudo, mientras que juró que llegaría hasta el fin del mundo.

Cuando tuvo edad se alistó y después de una larga noche de juerga en Lisboa, partió en un enorme galeón, cómo lo hacían los Exploradores. Sin embargo, su primera misión no fue cómo esperaba, lo dejaron atascado en la costa de África trabajando como capataz negrero. Le daba asco ese trabajo, detestaba privar de libertad a esa gente aunque dijeran que eran salvajes, cuando los miraba a los ojos, sabía que tenían más alma que muchos de los que estaban ahí. Una noche de ardor con una prieta fogosa a la que dejó ir, le costó un castigo, lo destituyeron pero lo regresaron al mar. Fue un viaje insoportable en un barco de esclavos, vio como los enfermos, hombres, mujeres y niños eran tirados por la borda para ser banquete de tiburones, mientras los marineros reían sin parar. Su amargura se hizo más intensa al final del viaje cuando escuchó a un hombre cantar una melodía tan profunda y triste que removía todas las entrañas. Sintió una profunda saudade, pero no de Portugal, sino del mundo entero, una tristeza por lo que era y en lo que se había convertido. Ese sonido azul, nunca se alejó de él y aumentó su añoranza por llegar al fin del mundo.

Cayó enfermo y fue regresado a Lisboa, cuando se recuperó se embarcó en una nueva expedición, sabía que ya no podía vivir lejos del mar. Esta era más larga, pero ya no tenía nada que ver con esclavos, esta era a la verdadera India. En Bom Bahía escuchó que más allá de las selvas había un lugar que era el techo del mundo y que ahí los hombres sabían volar. Decidió que quería llegar ahí, nunca lo había movido la codicia de acumular oro o riquezas, sino esa extraña ansia de llegar al final de la tierra.

Ganó algo de dinero jugando, otro lo robó a la tesorería de la expedición, contrató a unos guías y se escapó en la noche, internándose en la selva en busca de esas montañas desde donde podría el mundo entero. Primero fue la malaria y ese sudor húmedo, luego esos demonios azules que aparecían y estremecían sus entrañas, seguía recordando la canción como una maldición liberadora. Luego a la salida de una ciudad los asaltaron y se llevaron casi todo, una noche cuando los guías supieron que ya no tenía con que pagarles, se fueron con los elefantes y los víveres que quedaban. Se despertó en medio de la selva, solo, sin saber dónde estaba o cómo llegar a algún lugar, dio vueltas y tumbos por esa inmensidad verde, hasta que vio al fondo unas montañas azules enormes, decidido empezar a caminar hacia ellas. Tres días después descubrió que estaba dando vueltas en círculos por la selva, ya sin comida, sin agua y con una fiebre que hacía más insoportable ese calor húmedo. Entonces se tropezó.

Tirado en la tierra, sabiendo que era imposible levantarse, estiró su brazo hasta que los dedos pudieron tocar unas hojas suaves que brotaban de la tierra, con su nariz hundía en el barro negro y babeando lo que le quedaba de vida, entendió que lo había conseguido, que estaba en el fin del mundo y se entregaba, se iba, empezaba a ser nada y parte de todo, Joao Peixoto, ahora tierra.

1 comentario:

  1. Creo que voy enganchándome a este blog tan loco. TA y me encanta que sigas escribiendo.

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