domingo, 29 de mayo de 2011

6 – La tercera es la vencida



Cuando estalló la primera revolución era casi un niño, las ideas lo convencieron y sin pensarlo dos veces, agarró su caballo, la escopeta que tenía y se unió a las tropas del coronel. Estuvieron varios meses dando vueltas de un lugar a otro, subiendo y bajando montañas, evitando encontrarse con las tropas del mal gobierno. Pasó pésimas noches en el campamento y comió peor. Finalmente una tarde fueron emboscados por las tropas del poder, sin preparación alguna estuvieron disparando a la nada, intentaron resistir entre charcos de sangre y gritos de dolor, hasta que vio con sus propios ojos como el coronel huía, cobarde, gritando de temor. Los que quedaban corrieron desparramados por el campo y fueron presa fácil. Él recibió un tiro en una pierna y estuvo pudriéndose en la cárcel durante casi un año. Cuando volvió a su pueblo, arrastrando su pierna renqueante, supo que el “valiente” coronel había capitulado, obteniendo bastante beneficios a su favor. Encontró que sus tierras habían sido quemadas y arrasadas, y habían asesinado a su papá. Él se encargó de sacar adelante la familia y de volver a hacer productivas las tierras que el mal gobierno había destruido.

Cuando vino la segunda revolución, seguía compartiendo las esperanzas y los ideales de los rebeldes, pero no podía participar tan activamente porque tenía que cuidar de su familia, además su pierna mala hubiera sido un estorbo. Pero apoyó a los alzados en armas con aportes económicos, municiones, comida y hospedaje. Una noche llegó el coronel, lo vio hartarse en sus palabras de gloria, hundirse hasta el fondo en sus botellas de aguardiente y recibir en su carpa gustoso, a las jóvenes del pueblo. Por la noche se revolvía en la cama con la imagen del coronel huyendo entre gritos afeminados por el campo de batalla, se despertó sudando y todavía con la ira escurriendo por su frente. Supo que el coronel era un ave de mal agüero y lo comprobó 3 noches después, cuando las tropas del gobierno asaltaron su casa por sorpresa, no tuvo tiempo de llegar a su rifle, recibió palos y sangrando desde el suelo escuchó con impotencia cómo el ejército violaba a sus hijas y a su esposa. Apaleado y con el orgullo destrozado vio sus tierras y su casa arder en llamas hasta quedar en cenizas.

Años después, cuando se enteró que había estallado la tercera revolución, harto y sabiendo que traía más problemas que soluciones, se dedicó a combatirla de forma decidida. Aunque no estaba de acuerdo con nada de lo que hacía el gobierno, sabía quién y qué estaba detrás de los ideales de los alzados en armas y le daban asco. Esta vez pensó primero en lo que sería más seguro para su familia y el patrimonio que le quedaba después de tantos años de destrucción. Fue el más reaccionario de los reaccionarios y sin embargo, esta vez sí, ganaron los alzados en armas. Lo condenaron por traición y fue llevado para ser colgado en la plaza del pueblo, como todos los cobardes que apoyaban al mal gobierno. Pensó que la revolución eran solo palabras huecas y la guerra del bando que fuera, la desgracia. Vio pasar a las tropas del coronel y escuchar los gritos del pueblo que les recibían con emoción. En el centro de la plaza, con la soga al cuello, pensó que esto era por lo que había peleado desde la primera revolución, por la muerte. Pensó que podía gritar al fin: Libertad, pero no era lo que sentía. Sentía todo lo contrario, opresión en estómago, en el alma y finalmente en el cuello.



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