domingo, 1 de mayo de 2011

5- Los NadaDores


Tragó saliva, se sentía en 1968 cómo siempre había querido. Todo era limpio y de cierta manera libre. Eran una especie de comunidad hippie nómada: Blacky, Martina, Ruby, Conde y él. Recorrer Bogotá desde el centro hasta el parque nacional, por las calles grises y húmedas, con ese sabor a tierra y lluvia que se respiraba a cada paso. O cómo en esa noche fría en la que anduvieron por la carrilera del tren desde la 170 hasta 116, expulsando humo y tomando cerveza, hablando tonterías y sintiendo que todo era efímero y merecía irse. El mundo estaba impregnado de esa extraña libertad impulsada por el humo verde, flotar por esos sofás de tiramisú, como había dicho una vez Blacky movido por la monchis, mientras miraban desde los grandes ventanales el cielo caído de brasas palpitantes que desde esa perspectiva era la noche bogotana.

Él y Blacky estaban haciendo su tesis universitaria, Conde algún estudio de comportamiento social (varias veces intentó explicarlo con sus movimientos nerviosos, pero nadie le podía atención, demasiado complicado), Martina estaba estudiando literatura y siempre llevaba algún clásico bajo el brazo o les hablaba de las proezas del gran Ulises, Ruby imbuida en su danza y en sus proyectos de cine arte. Tenían tiempo para visualizar el mundo desde diferentes perspectivas, en conjunto o cada cual desde su rincón. Reunidos proyectaban posibilidades divertidas, juegos infantiles en los cuales cada uno participaba aportando un cubo de imaginación. La base de operaciones era el apartamento de Blacky, cuando estaban las chicas preparaban banquetes extraordinarios, cuando no, la dietas se reducía a pizza de la 13 con cerveza y brownies.

Les gustaba ir a una piscina barata que estaba por el Tequendama y pasar ahí bajo el agua largas horas, con personajes extraordinarios y terribles, como el hombre manatí que flotaba en su panza redonda y estiraba su zarpa en busca de los pies de nadadores distraídos; también estaba la contorsionista del sauna, mientras los demás respiraban con dificultad el aire lleno de vapor, ella saltaba y daba votes en el suelo húmedo y caliente. Luego de estar todo un viernes bajo el agua se iban a tragar pollo, sólo quedaban las manos llenas de grasa y los huesos limpios, Martina vegetariana, los miraba con una expresión de miedo y asco desde su plato de ensalada o su yogurt.
De fondo siempre sonaba Manu Chau, Martina estaba con Blacky y Ruby entre Conde y él, sin problemas. Fue una época feliz, inhibida, desinteresada, fugaz y hasta inocente. Fueron sus sesentas, cargados de hedonismo y nihilismo. Pero todo ciclo da su vuelta y se desploma hacia su punto final. En esa época de movimientos migratorios, Blacky sacó una beca para Alemania, Martina se fue de intercambio a Canadá, Ruby entró en una compañía que se la llevó a Francia, Conde se enrolló con una oficinista y se fue a vivir con ella, y él consiguió su primer trabajo como periodista.

Algunos años después, salió de nadar e iba caminando por la Séptima con el Parque Nacional, miró hacia arriba y vio la base de operaciones, sintió un impulso extraño, como si fuera cualquiera de esos días, cruzó la calle y se dirigió al edificio, vio la terraza, le pareció que Blacky estaba ahí asomado, le pareció ver a otras personas que hablaban y fumaban, quizá flotando entre risas. Quiso subir hasta el séptimo piso y estar otra vez ahí, pero cuando ya estaba en la portería comprendió que era el reflejo de otro tiempo y siguió su camino a casa, bajo una lluvia fría.

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