sábado, 13 de agosto de 2011

8- Golpe perfecto de Dados




Se conocieron una noche en un bar, lleno como siempre los viernes en Barcelona. La mesa del grupo de ella se juntó a la del grupo de él y había tanta gente que terminaron por toparse, ambos se pidieron disculpas al mismo tiempo. Nadie sabe lo útiles que son los acentos cuando se está tan lejos. Él reconoció el de ella enseguida, y fue excusa suficiente para empezar una conversación que duró toda la noche. Ella poco a poco fue descifrando el de él, contaminado por otras influencias y tantos cambios. Ya cuando todos se iban, ellos seguían ahí, tenían tanto de que hablar, pero en ese momento los jalaban corrientes contrarias, se despidieron sin ni siquiera tener tiempo de intercambiar sus números de móvil.

Se sintió estúpido en el metro, dejar ir así una llamada del destino… sin embargo, en ese entonces estaba plenamente conectado con el azar y los dados giraran como giraran, siempre caían a su favor, o sabía sacarle el mayor provecho a las posibles combinaciones. Así que dos semanas después, sin acordarlo, coincidieron en el mismo bar, otra vez volvieron a hablar sin parar pero en esta ocasión ya cuando ella se iba, él sacó rápido su teléfono del bolsillo del pantalón y ella le dio su número como si fueran las llaves de su casa.

El tercer encuentro terminó al amanecer en la playa y el golpeteo de las olas ayudó a que fuera natural besarse, aunque no se dieran respiro, lo incómodo de la arena hizo que permanecieran poco tiempo ahí. Ya en el metro él la invitó a ver Montjuic desde su ventana, ella con sonrisa maliciosa se hizo rogar, pero cuando el metro llegó a su parada, movida por el frenazo y el chillido de las puertas, aceptó. Despertaron sedientos, pegados, desnudos y satisfechos. Ella tenía esa sonrisa que contagiaba todo, él solo le pudo ofrecer para beber lo que tenía a la mano, una Fanta caliente.

Poco a poco Barcelona se convirtió en algo común para los dos, un hábitat natural del que eran parte. Él le enseñó a jugar dados y ella en unos meses le fue absorbiendo su suerte, ganaba todas las partidas, pero a él ya no le importaba, tenía su juego ya ganado, el azar ya había caído en su mesa. Tumbado en la arena, feliz, sonrió viniéndola venir del mar, pequeñas gotitas brillantes escurriendo por todo su cuerpo.


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