domingo, 25 de marzo de 2012

13- Noche aciaga en Vladivostok



Ardía mientras giraba por el escenario, sus piernas fuertes y robustas estaban llenas de tensión, sus brazos delicados y suaves flotaban como tentáculos que invitaban a su presa a la vez que se escabullían con velocidad. Su rostro, tenso y triste, mezclaba su dolor con su provocación. Sus tetas tensas en el escote se ofrecían desde la distancia, como postres exquisitos, pasteles abundantes en crema que flotaban gelatinosos. Esa mujer era todo lo que un hombre de guerra como él podía esperar. Era fuerza y deseo, muerte y desesperación, emoción, sudor, tristeza, triunfo.

Por eso en su cama ganaba todas las batallas y sufría todas la derrotas, en su piel podía sentir gota a gota la savia acida de la felicidad, en sus labios el néctar de todos sus abatimientos. Su culo, fuerte e incansable, era como la yegua en la que había recorrido una y otra vez todo el imperio. Pero a la vez, ella con todos sus encantos, con esa gula desmedida por todos los placeres, lo hacía débil, vulnerable, un niño caprichoso. Ella conocía sus puntos débiles y no dudaba en utilizarlos cuando quería algo.

Por eso ahora, perdida la ciudad, perdido el mando, apuró otro trago de vodka. La traición doble, sólo le daba ganas de esperar y de morir. Pero un hombre de guerra sólo podía morir luchando. Así que se puso su abrigo, se montó en su caballo y se lanzó a la noche con su botella de vodka, a enfrentarse al enemigo, cuando lo único que quería era matarla a ella, más por deseo, rabia y dolor, que por orgullo. Se confundió en la niebla y la noche, y se gastó todas las municiones antes de llegar al campamento enemigo, en donde los centinelas avisados vagaban torpes de un lado a otro esperando la emboscada. Ya la marcha era inminente, no podía detenerse.

Escuchó una detonación, un calor fuerte en el pecho un dolor ardiente que lo invadía todo, un fluir confuso de líquidos se escurría por su cuerpo, el caballo empezó a girar confundido… volvió a sentir el cuerpo de ella danzando encima suyo, la habitación temblaba y giraban en una lucha tensa de organismos en plenitud. Se cayó la botella vacía en la nieve, el caballo empezó a dar media vuelta y en medio de las balas retomó el camino de regreso. Ahora ella se movía lentamente succionando todo lo que podía de él, su brío, su fuerza, su alma. Se mecía suave, liviana, apenas podía sentirla, sutil, fría. La carcajada retumbante de la Parca, lo sacó del ensueño, vio cómo se estiraban sus brazos, alas carrasposas de cisne negro, llevándose lo único que quedaba de ese cuerpo fofo, que se cayó de la silla y retumbó en la nieve como una fruta podrida.

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