domingo, 27 de febrero de 2011

3-No todos los caminos llevan a Roma


Después de beber hasta perder la conciencia, estar 3 días metido en un burdel y ver al primer muerto de la peste negra, sintió culpa y en medio de la resaca decidió que debía peregrinar hasta Roma para redimirse. En un punto del camino pensó que faltaba mucho por recorrer y no le iba a alcanzar el tiempo, así que desvió su camino hacia Santiago de Compostela. No supo que en qué momento siguió hacia el sur y terminó en la casa de contratación de Sevilla firmando el acta que lo embarcaría hacia las Indias. Tampoco fue consciente del momento en el que zarpó el barco, ni recordó el nombre del puerto; eso sí, nunca olvidaría las veces que vomitó ante un mar que a veces parecía azul y otras negro, pensó que así había purgado todos sus pecados. Con la barba negra, larga y llena de pulgas, vio desde la borda lo que parecía el paraíso o lo que muchos decían que quedaba de este.

Comió de cuanta fruta fresca se le ofreció en el camino, se volvió loco ante todas las tetas sin cobertura que vio y probó, más de una vez utilizó su fuerza guerrera para satisfacer su hambre y su instinto. Sudó esta vida y la otra, y hastiado mató a cuanto bicho exótico y no cristiano, se le atravesó en el camino. Una tarde en la inmensidad de una enorme montaña verde, rodeada de una barrera azul de cimas interminables, se sintió rey del mundo. Ahí empezó su descenso personal hacia los infiernos.

Pescó la malaria y una cagadera que lo dejó seco, dio vueltas circulares por una maraña de selvas infinitas, cayó de rodillas en una tierra llena de hormigas que picaron su piel hasta hacerlo desesperar, el insistente zumbido de los mosquitos no lo volvió a dejar dormir. Dio vueltas como borracho por un universo verde cada vez más hostil, quiso que en ese momento enemigos invisibles lo mataran, pero no había nada. Dio de traspiés entre hojas húmedas hasta caer de narices en una tierra negra que lo empezó a absorber lentamente.

Fue ahí cuando comprendió que no debió desviar su camino, tenía que haber seguido hacia Roma. Entendió que el paraíso no era para él y que arrastraba el infierno a cada paso. Muchos años después encontraron sus huesos aún envueltos en la armadura, algunas hormigas se llevaban lo poco que quedaba. A un lado, en un árbol todavía se podía ver la inscripción Roma →.

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