domingo, 20 de julio de 2014

20- Yukon


Por más de que el bar estaba caliente y atestado de gente, seguía cargando con ese frío interminable que tenía pegado hasta los huesos. Lo primero que hizo fue preguntar por Adele, le dijeron que estaba ocupada, tenía una necesidad obstinada de su calor. Se sentó a esperar en la barra, pidió un whisky doble a ver si de esa forma le podía meter algo de calor a su cuerpo.
Atrás jugaban al póquer, pero él se sentía lejos de todo, como si el frío hubiese congelado su alma. Aún sentía la tormenta de nieve, el viento que golpeaba el trineo, los perros aullando de frío, luchando contra el temporal y los golpes de su látigo. Nunca pensó que el frío pudiera entrar a su cuerpo e instalarse de esa forma, ni siquiera cuando salió a su primera expedición lo sentía tan adentro como hoy, sentía como si todo el Yukon estuviera en sus entrañas. Volteó a las escaleras, Adele nada que aparecía, así que pidió otro Whisky doble.
Sintió un viento interno que lo hizo tiritar. Ya nada tenía sentido, el oro, la nieve, el Whisky, el cuerpo de Adele. Todo esto era un infinito infierno gélido. Cuánto tiempo llevaba escarbando en el hielo en busca de oro y para qué, para terminar en este Saloon, esperando a Adele, tomando un whisky tras otro. Dependiendo de lo recolectado, podían ser una semana o dos en el pueblo, emborrachándose para gastarlo todo y luego volver al frío interminable a escarbar más hielo en busca de ese maldito metal amarillo. No sabía el momento en el que se había metido en ese círculo vicioso, ni cómo salir de ahí, ya no había salida. Adele no apareció, pidió otro whisky.

Porqué abandonó sus trigales cálidos, porque esa fiebre absurda y fría, por el escurridizo y pesado metal ¿Fue el aburrimiento o la codicia? Fueron los dos juntos y la necesidad de escapar de las exigencias y las palizas del viejo, del hastío del pueblo. Luego en esas tierras de nadie y de nada, siempre hacia el norte, se desquitaba de todo ese odio y toda esa amargura con los perros, castigándolos con el látigo, y el frío se desquitaba con él, golpeándolo con el viento helado. Pidió otro whisky.
Pensó en dejarlo, en irse al sur, lo más lejos posible, quizá hasta México. Pero esta ya era su vida, su forma de hacer las cosas, lo único que sabía y podía hacer, ya estaba viejo y gastado, congelado. El ansia de más y más, lo había enfrascado en este temporal desquiciante. Vivía por estos días de borrachera y de Adele, por eso volvía al trineo, a los perros, al norte; a seguir buscando y buscando la esquiva fortuna. Esa era la vida que seguía arrastrando.
Los que estaban atrás empezaron a discutir, oyó cómo empujaron una silla, unos gritos, se escuchó una detonación. Sintió un golpe punzante en la espalda. Al fin sentía calor, un calor que se expandía por todo su cuerpo. Sonrió, el dolor no era nada comparado con esa sensación cálida y agradable. Se desplomó hacia el suelo como un costal y la sangre empezó a salir a su alrededor hasta formar un charco. Atrás seguían discutiendo, todo el mundo ya estaba al cubierto de los disparos.

Horas después, cuando Adele lo vio sitió tristeza, pero sabía que esta tierra inhóspita no era para misericordias. Esculcó en donde sabía que tenía escondida la bolsa con el dinero que había cambiado, y el bolsillo secreto en donde sabía que estaba el oro. Lo conocía de tanto tiempo, tantas noches encerrados en su habitación, conocía todos los pliegues de su piel y de  su ropa, también todas sus mañas, las buenas y las malas. No pensó que fuera tanto, y lo decidió todo como si hubiera sido una revelación. Con algo de ese dinero le pagó una tumba decente y con lo que le quedó, lo que tenía ahorrado y la venta de los perros, logró conseguir lo suficiente para pagar su viaje de regreso al sur. Estaba harta de la nieve y el frío, era mejor el calor asfixiante, cargado de mosquitos y de sabor dulzón de los pantanos. El Yukon pesó en su piel durante una temporada, pero con el paso de los años y el sudor logró lavarlo. 

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