domingo, 3 de marzo de 2013

15- La música que nunca fue




Dio muchas vueltas por el sur y por el medio oeste, para al fin llegar a Chicago. Participó en algunas improvisaciones callejeras en San Luis, y de las buenas, de las que duran hasta las 11 de la mañana en Kansas City. Cuando llegó a Chicago hacía mucho frío y nevaba. Caminó lo que pudo hasta que se metió en un café, se gastó las últimas monedas que le quedaban en un desayuno caliente que le dio la grasa y las calorías para resistir el resto del día en el que estuvo vagando por la ciudad, buscando algún contacto o alguien que le dijera dónde tocar. Caminaba lo que el frío le dejaba y se refugiaba en donde podía. En la noche el frío era insoportable, consiguió que por lavar los baños, le dejaran pasar la noche en un hotel de mala muerte, pero no pudo dormir, al frío que se negaba a irse se unieron las chinches y las pulgas.

Empeñó su saxo para poder vivir, trazó algunos contactos, trabajó en una cosa y otra, pidió algo de dinero prestado, hasta que recuperó su saxo e hizo algunas audiciones. Pero no duraba mucho en las orquestas en las que lograba conseguir un lugar, ya que se desataba en solos que consideraban fuera de sitio, sobre todo si se tenía en cuenta que ni siquiera era el solista. Así estuvo saltando de orquesta en orquesta hasta que su nombre fue tachado de todas las listas y no le quedó otra salida que vender alcohol clandestino y opio para sobrevivir en esa ciudad. Sin embargo, estaba detrás de cualquier noche de improvisación en la que pudiera medir su talento y así se ganó el respeto de la mayoría de músicos. Con el dinero que iba ganando en sus repartos clandestinos, logró armar un combo a su antojo, con el que de vez en cuando lograba tocar en un bar y con el que grabó dos canciones de un disco del que salieron pocas copias y tuvo poca aceptación en la radio. Sin embargo, poco a poco otros músicos emigraron a Nueva York y él logró empezar a forjarse un espacio en la ciudad, aunque de vez en cuando lo bajaban del escenario, fue consolidando su carrera más y más.
Parecía que había llegado el momento de su música, cuando le llegó una carta del ejército en la que se le requería para enlistarse. Tuvo que dejarlo todo y entrar en la marina, cambiar su saxo por un fusil. La vida militar, el orden y la disciplina, le supieron a mierda, pero a fuerza de gritos y castigos, aprendió a tragársela. Poco a poco fueron opacando su brillo, sus blues se fueron reservando para los lugares más amargos de su mente, hasta que quedaron totalmente perdidos para la humanidad aquella mañana en una trinchera en Italia, en la que una bala de fabricación alemana, atravesó el aire y zumbó hasta estallar en su mente. En ese entonces Charlie Parker y el Bebop, el solista contra la orquesta, se alzaban en las noches de Nueva York.