miércoles, 1 de mayo de 2013

17- Arde mayo



Se conocieron en una fiesta, en parte obligados porque no conocían a nadie más; se encontraron en un rincón del pasillo entre la cocina y la sala. No pararon de hablar en esa particular mezcla de gestos francés-español y un poco de catalán por parte de ella. Ya no recordaban si era rock and roll lo que estaba a todo volumen o Charles Aznavour, el caso es que la música hacía que hablaran muy cerca. Prácticamente a veces las mejillas, a veces las orejas pegadas a los labios que rosaban la piel con un susurro.  Ella supo que era latinoamericano pero no logró determinar de dónde, él que ella era de Perpiñán y su mamá española; ella quería conocer América Latina, él quería escribir y recorre la ciudad de sus maestros. Cuando se acabó la fiesta, él la acompañó hasta la casa y se despidieron con dos simples besos en la mejilla. Quedaron de verse unos días después para dar una vuelta por el Parque Luxemburgo, era mayo empezaba la primavera, empezaba a hacer calor.

Se vieron como habían quedado a las tres de la tarde y caminaron por el parque, apenas rosándose las manos. A partir de ese momento los eventos prácticamente los arrastraron, hablaron de las protestas y decidieron darse una vuelta por el Barrio Latino a ver de cerca las famosas barricadas y ver lo que pasaba. Mientras más se acercaban a la plaza de la Sorbona más se sentía el ambiente, el movimiento; sin darse cuenta cómo terminaron detrás de la barricada sintiéndose parte de todo, gritando consignas, fumando mariguana. Poco a poco se fueron acoplando a esa fuerza, a ese sentimiento de unidad, hasta sentirlo más allá del pecho. 



No querían abandonar los acontecimientos, ya se sentían parte de ellos, en la sangre circulaba la revolución y salía por los ojos, gestándose en ansias de amor. Ese sentimiento compartido los fue juntando, primero roces accidentales, luego caricias, luego las manos juntas mientras que gritaban muerte al capitalismo, finalmente los labios. Se quedaron toda la noche, haciendo parte de las protestas. Ya en mañana decidieron pasar por la guardilla en la que vivía él, relativamente cerca al lugar de la acción, para ducharse y comer algo; una vez pasaron de la puerta se disiparon en besos y se desvistieron con ansias, ni siquiera llegaron a la cama, se arrastraron en el suelo provocados por las delicias de ese mayo ardiente del amor. La libertad y la Revolución. A partir de esa mañana todo fue más intenso.

Entre las protestas y el sentimiento general, la fuerza del cambio, fueron derribando barreras y el amor se manifestó en los sitios más inhóspitos, los baños, los parques, una terraza. No había precauciones, sólo libertad, desinhibición y deseo. Ella era dulce y se dejaba con voluptuosidad, él estaba movido por una fuerza de olas implacables. Se salvaron por suerte de las represiones policiales y se escondieron convenientemente en su guardilla unos días, más entregados a la experimentación sexual que a la paranoia política. Pero pronto volvieron con más fuerza a las marchas, para apoyar a los sindicatos, para gestar ese cambio que ya habían experimentado y que cosas del azar, se estaba convirtiendo en un proyecto mutuo en el vientre de ella. 



En medio de las carreteras, en los parques, en las puertas de las fábricas, las universidades o los ministerios, siempre encontraban un lugar para estar más juntos y hacer el amor, para alimentar ese clamor colectivo. Sin embargo, cuando parecía que el cambio era irreversible y que las cosas seguían su curso positivo, pasó lo inesperado, él cayó en manos de la policía, fue golpeado y llevado a la cárcel. No tenía el teléfono de ella, ni forma de avisarle, entre las rejas pasó tres días horribles… hasta que supo lo inminente, su permiso de estancia que debía renovarlo en pocas semanas fue denegado y su deportación se realizaría en pocos días. Quiso ir a buscarla para decírselo, para invitarla a su país a seguir esta lucha juntos en donde fuera, pero no la encontró y ahí se dio cuenta que nunca había anotado su teléfono. Su regreso fue doblemente triste. Para ella las cosas no fueron más fáciles, en su vientre empezó a sentirse el resultado de su particular revolución sexual. 

Él quiso seguir la revolución desde su país, intentó varias veces ponerse en contacto con ella, pero nunca recibió respuesta, varias veces volvió a intentar pedir visado para ir a cualquier país de Europa, pero siempre se lo denegaron, hasta que finalmente desistió y poco a poco la realidad fue consumiéndolo hasta dejarlo convertido en un burgués más. Ella abortó después de tres meses de buscarlo desesperada por la ciudad, se sintió increíblemente abandonada, por él y por todo, y hasta llegó a darlo por muerto, prefirió regresar a Perpiñán. Trabajó como dependienta unos años hasta que reunió el dinero para volver a la universidad y poco a poco fue haciéndose un lugar en la academia, hasta lograr ser docente de planta de esa universidad en la que había conocido el sexo, el amor, la rebelión, la liberta y… la desilusión.

En mayo, 43 años después, ambos lloraron, cada uno ante su televisor, cuando vieron las imágenes del mayo de los indignados en España. Quisieron estar de nuevo ahí… pero su tiempo ya había pasado.