domingo, 5 de febrero de 2012

12- Letras en grilletes



Le apasionaba su trabajo, le encantaba pasar páginas de libros, escribir palabras, reconstruir frases. Lo deslumbraban los libros antiguos llenos de sabiduría de épocas y lugares lejanos, repetir esas palabras era como volverlas a escribir, estar ahí. No le gustaban tanto los trabajos comerciales, órdenes de compra, listas de comida o animales, contratos o convenios. En cambio las cartas de amor o los poemas por encargo lo divertían más, aunque había pocos de estos trabajos. Lo que realmente le gustaba era escribir sus propias cosas, su imaginación plagada de experiencias de otros, le exigía hora ir a buscar sus propias aventuras, por eso tan pronto como pudo se unió a la primera caravana que iba al sur del río Níger, hacía las minas de oro. Salieron temprano, con el aire todavía fresco, el sol apenas abría su ojo amarillo. Después de tres fatigosos días de camino, pasó lo que el iluminado le advirtió, fueron atacados por unos asaltantes que se llevaron todo lo que pudieron, mataron a los que se opusieron y a los que quedaron los llevaron como esclavos.

Pensó que no resistiría el camino, los grilletes y el dolor, pero como decía su mamá, lo que no te mata te hace más fuerte. A lo lejos vio por última vez Tombuctú o pensó que eso era, observó sus muñecas y como ahora las cadenas encerraban una tradición sagrada de eruditos y escribanos que para la lengua de los bárbaros no significaba nada. En el barco, el mal olor y el movimiento, retorcieron sus tripas hasta el cansancio, ante los lamentos y cantos tristes que escuchaba sólo encontraba palabras, vio las mujeres más bellas y tristes, a niños y ancianos morir.

Unos meses después en tierra, pronto se dieron cuenta de que no servía para el trabajo duro, era débil, torpe y se la pasaba enfermo, así que para no perder la inversión lo incluyeron con las mujeres en el servicio de casa. El capataz quedó totalmente sorprendido cuando descubrió que a diferencia de él, era capaz de escribir y sobre todo cuando vio que podía hacer números y sumar, se lo llevaron al almacén. Pasó a escribir cuentas, inventarios, órdenes de compra, lo que menos le gustaba, pero era mejor que el trabajo en el campo. Además cuando se descuidaban agarraba sus papeles y se manchaba los dedos de tinta intentando sacar todo lo que había visto en esos meses, la rabia, la angustia, el dolor, la injusticia, todo era expulsado como un escupitajo, como una mancha. Escribía cada vez que podía, en los lugares más extraños, el granero, la cabelleriza, mientras cagaba al lado de un árbol. Escribía preciosos libros, fragmentos de tristes hojas escritas en Songhai.

Cuando Nguy le comunicó más en tono de amenaza que de invitación que tenía que participar en la fuga, porque era prácticamente el único hombre negro que podía andar con libertad, él lo aceptó sin dudarlo, sin pensar en las consecuencias, como había sucedido desde que se unió a la caravana, que lo había llevado hasta ese extraño y lejano lugar. Lo único que guardó en una mochila fueron sus páginas sueltas, otras en blanco, una pluma y un poco de tinta. Él y 5 más se fugaron en la noche. Fueron perseguidos durante días por perros, armas que rugían en la selva, gritos y amenazas. Cuando todo eso pasó, formaron su campamento cimarrón en la montaña, protegidos por árboles y el río. Así permanecieron un rato hasta que surgieron dos necesidades básicas: Nguy necesitaba mujeres para formar su dinastía, y él necesitaba hojas y tinta para seguir escribiendo.

Así que una noche atacaron el pueblo y sólo pudieron encontrar dos mujeres blancas, él pudo llevarse algo de papel y de tinta. Pero fue un grave error, porque ahora la gente del pueblo los vio como una amenaza real y organizaron una expedición que tenía que agarrarlos. Se adentraron más en la selva, contrario a lo que se podría esperar las mujeres no intentaron fugarse porque quedaron profundamente enamoradas de Nguy, pero se adentraron en un territorio cada vez más desconocido y tramposo, terminaron dando vueltas en círculo hasta que fueron víctimas fáciles de los perros y caballos. Nguy y los otros 3 fueron colgados y apaleados, las mujeres fueron escondidas en un convento en donde dieron a luz sin que nadie viera a sus hijos mulatos. Mientras que él fue llevado a la plaza porque consideraron que era el hechicero que había organizado todo y fue colocado en el centro de una hoguera. Algunas de sus hojas fueron llevadas para investigar sus extraños conjuros, y siguen pudriéndose escondidas en alguna abadía española. La mayoría fueron quemadas y se chamuscaron con su cuerpo, letra por letra, frase por frase, en las llamas de la ignorancia.