domingo, 25 de septiembre de 2011

9- Ángel Azul

La vio por primera vez una noche de juerga con la gente del estudio, en la que después de unas cuantas cervezas terminaron en el cabaret que ya se estaba haciendo famoso por su leyenda, Ángel Azul, la mujer que congela el corazón de todos los hombres de Berlín. Su belleza era impresionante, su sensualidad erizaba la piel, sus ojos azules eran devastadores, su boca era fuego que quemaba con chispas de erotismo. Verla en el escenario era reunir todo el deseo, las potencialidades, el erotismo, el deleite y la imposibilidad. Después de esa noche estuvo toda la semana pensando en ella, su imagen flotaba por toda la habitación, incluso se esforzó por recordar su olor y sus gestos. Unas cuantas noches de insomnio lo convencieron de que tenía que volver a verla. Noche tras noche, ahí estuvo en primera fila, viendo sus piernas, sus brazos, su pelo rizado de oro, su cuello y como no… su rostro maldito de Ángel Azul. El domingo no supo qué hacer cuando parado a las puertas del cabaret, supo que esa noche no iba.

Al mes descubrió que si daba algo de dinero le podían dar información de ella, luego supo que si daba algo más, tenía la posibilidad de hablar unos minutos. Así que un domingo a las 2am tuvo la oportunidad de esperarla en la puerta del Cabaret. Tener todos sus encantos de frente y poder escuchar su voz, seca y lánguida, le dio una felicidad casi infantil. Lo único cierto que dijo fue que trabajaba en los estudios de la UFA, lo demás fue inventado, pero su imaginación le permitió que la cita, impulsada por el jazz, se prolongara. Al lado de ella vio como amanecía tomando café y comiendo pan, en una de las pocas cafeterías que estaban abiertas a esa hora. No supo cómo ni porque, pero en la hilaridad de la noche inventó que estaba a punto de dirigir su primera película y que ella sería la actriz principal, le explicó algunos tecnicismos de iluminación para convencerla y la vio desaparecer en el tranvía las 10 de la mañana con la promesa de que el amanecer del siguiente domingo también sería suyo.

Debía ser mayo y todo renacía, volvieron a recorrer las calles luminosas plagadas de movimiento, entre promesas y nuevas mentiras pudo acariciar su mano e incluso cuando la cita llegaba a su fin darle un beso en la mejilla. Pasadas las semanas y entrado el verano, las cosas fueron subiendo de intensidad, hasta que una noche de champaña y vodka, le permitió tocar la piel de sus piernas, besar su espalda, acariciar su cuello, y hasta quitarle ese vestido que llevaba varias noches deseando ver desaparecer. Toda su belleza y sus formas se mezclaron en un goce que hizo que el deseo y la necesidad se volvieran más intensos. Una tarde en la que sabía que casi no había gente en el estudio la llevó para hacer unas pruebas de iluminación, la acarició con sombras y luces, como deseaba hacer desde el principio y en una de las bodegas encontraron un placer tan pleno, que le dio la posibilidad de verla más tardes y amaneceres, hasta de estar con ella todo el domingo.

Fue la época más feliz de su vida, los encantos de ella y la luz del verano hacían que todo tuviera una impresionante locomoción interior. La prueba de iluminación se repitió una o dos veces más con el suculento desenlace de la primera vez. Sin embargo, ella al ver que su protagonismo cinematográfico no pasaba de promesas y pruebas, se empezó a desesperar. Él a fuerza entendió que tenía que conseguirle una audición, así estuviera en riesgo de perderla y después de unas cuantas llamadas e insistencias, con el corazón apretado en un puño, lo consiguió. Pero fue un fracaso total, su fuerza y su sensualidad no brillaban de igual forma ante las cámaras, su gesticulación era ridícula, sus poses absurdas, su Ángel Azul no tenía el brillo para flotar en el firmamento del cine. Esa tarde algo se rompió, los caprichos de ella se hicieron cada vez más intensos, los domingos en la tarde se volvieron insoportables, conoció su lado oscuro, hasta perdió su derecho de verla entre semana. Vagando por las calles de Berlín, arrastraba su tristeza y sentía el peso fatal de sus alas azules, llenando todo de sombras macabras.

La cosa terminó de estallar cuando ella supo que era un simple luminotécnico, se acabaron los domingos en la tarde, algunas horas del sábado siguieron siendo suyas por costumbre, aunque duraron poco. El otoño en Berlín, era frío y duro, triste con los restos de su Ángel Azul. La amplia gama de posibilidades se volvió a reducir a verla en el Cabaret, sólo que ahora dolía más, porque de una realidad tangible, había pasado a ser un pedazo etéreo de pasado. Fue horrible la noche en la que supo que ella no se presentaría, corrió como loco por la ciudad hasta llegar a su casa, golpeo la puerta hasta casi romperla y gritó hasta que los vecinos lo echaron, vagó por toda la ciudad hundiéndose en la nieve y el desengaño. Cuando supo que se había ido a América, gastó sus ahorros para llegar a Hamburgo, ahí consumió lo que le quedaba de esperanza en noches de insomnio, tardes de trabajo en una fábrica y cerveza. De ahí sólo lo sacó el alistamiento forzoso en el ejército del Tercer Reich. Murió 3 años después, en el frente soviético, más de tristeza y desilusión que de cualquier otra cosa.

Ella logró triunfar en la gran pantalla al otro lado del Atlántico, sólo que en el ala más alternativa y libertina de Hollywood. Sus películas eran para un selecto grupo de voyeristas que pagaban millones por conocer sus encantos más íntimos. Murió el mismo día que él, sola en un cuarto de hotel, siempre joven, siempre bella, Ángel Azul, con una plácida inyección de morfina y una sonrisa que recordaba la felicidad de ese exquisito verano en Berlín.